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Cosquín y el regreso de la Negra Sosa

Clarín

MUSICA: ENTREVISTA CON MERCEDES SOSA

«Le tengo miedo al regreso a Cosquín»

No para de volver: volvió al disco, a cantar en Tucumán y ahora, el 28 de este mes, a Cosquín. Locuaz y nostálgica, habla de lo que significa este festival en su vida y de su infancia pobre y feliz.

Laura Gentile.

lgentile@clarin.com

El efecto Mercedes Sosa es extraño: sentada en el sillón de su casa, obligadamente recta y quieta —por el corsé que aún debe utilizar tras la fisura de un par de vértebras, el año pasado— genera un discurso ondulante, rico, atractivo, pleno de anécdotas, que suele moverse de un extremo al otro de la adjetivación. Ese es otro efecto extraño. Como si estuviera instalada en las coordenadas de la intensidad, en el mundo Mercedes Sosa la pena es terrible-terrible y la alegría inconmensurable. Lo que se dice, una hipérbole viviente.

Su propia vida parece responder, obediente, a esa visión. Después de dos años de silencio y convalescencia y de un regreso paulatino en el 2005, el fin del año pasado y el comienzo de éste, están marcados por dos regresos fuertes: el 21 de diciembre Mercedes cantó ante 15.000 personas en su Tucumán natal, tras 6 años de ausencia. Y el 28 de este mes, volverá, después de 7 años, al escenario del Festival Cosquín que la consagró en 1965.

«Tengo que decirle que tengo miedo del regreso a Cosquín», comienza a hablar en un tono respetuoso, como antiguo. «Miedo —continúa— porque hemos tenido muchos entredichos con las otras autoridades, después pusieron a Palito Ortega con Héctor Caballero, después Palito Ortega salió hablando mal de mí, que yo estaba engrupida, que no quería a Cosquín…, no, no, no, yo tuve problemas con las autoridades de Cosquín». Así, brevemente resume sus idas y vueltas con el festival.

Sin embargo, durante el descanso obligado Mercedes vio por televisión la última edición y le pareció maravillosa. «El año pasado ha sido el mejor Cosquín que hubo, porque los otros eran muy malos realmente», comenta, sin complejos, en un estilo práctico y directo que no vacila en defenestrar a quien corresponda, pero en tono imperturbable.

Cosquín no es cualquier festival para Mercedes. Cuando pisó su escenario por primera vez en 1965, a los 30 años, significó su consagración masiva. Hasta ese momento el reconocimiento le venía de Uruguay, país donde la cantante había estado viviendo un año con su marido, el músico Oscar Matus.

¿Fue difícil llegar a Cosquín por primera vez?

Sí, claro, me presentó Jorge Cafrune. Y no sólo me presentó, me compró diez discos para que pueda pagar el hotel, yo estaba con Oscar Matus, el papá de mi hijo Fabián. Yo canté con una cajita, Canción del derrumbe indio. Cafrune que estaba al costadito mío, me dio el tono para cantar, y yo canté, con la voz de una persona joven. Muy hermoso fue, realmente.

A pesar de este comienzo masivo, Mercedes suele repetir que su canto no llega al pueblo. «No, no llego al pueblo —confirma—, llego a una clase media, una clase culta. Es que el pueblo, pobrecito, viene cansado del trabajo y se pone a ver un teleteatro o a ver rubias de ojos celestes… y, claro, yo soy todo lo contrario. Yo soy una negra petisa».

Aunque esto, quizás, esté comenzando a cambiar. «Recién, en Tucumán, ahora que canté en diciembre, me han comprendido, recién supieron», dice en referencia al mega recital gratuito que dio el 21 de diciembre en el Parque Independencia ante 15.000 personas de todas las edades. Donde presentó su último disco Corazón libre, editado directamente en Europa. Y hasta se animó a unos pasos de baile hacia el final del recital.

«Porque parece —continúa— que cuando uno nace en un lugar, la gente de ese lugar no te acepta. ¿Cómo vas a a ser artista si vos has nacido ahí? ¿Cómo vas a ser una artista famosa? Si supieran que así como ellos me aplauden, me aplauden en Alemania, en Suiza, en Holanda, en todos lados. Pero a mí me interesó mucho más que me aplaudan Tucumán».

Para llegar a su provincia Mercedes realizó un largo y pausado viaje por tierra, ya que, por ahora, tiene prohibidos los aviones. Pero no sólo fue a cantar. Seguida por varios periodistas de Buenos Aires, las cámaras de Canal 26, Crónica TV, Canal 13, Mercedes fue a visitar la tumba de su madre que está enterrada con su papá. Con orgullo les mostró a los periodistas el bello Rosedal, «algo que solamente pueden mostrar los tucumanos», el primer trapiche de la provincia hecho por el obispo Colombres con materiales de los franceses y la escuela de dibujo, donde ella misma había estudiado de chica con el profesor Luis Alberto Lobo De la Vega.

«Mi mamá nos mandaba para que no molestemos —recuerda—, yo ahí aprendí a ver qué buena gente eran los profesores estos, han tenido muchas consideración con nosotros, conmigo y con mis dos hermanos, Chichi y Cacho. Ya que ellos sabían que no nos iban a sacar Picasso».

Mercedes pasó la Navidad con su hijo, sus hermanos y sus sobrinos en Tucumán. «Fue una Navidad enormemente feliz, realmente extraordinaria —asegura volviendo a la hipérbole— quiero que sepas que he pasado posiblemente una de las mejores Navidades del mundo».

Hacía mucho que la cantante no vivía una Navidad con toda la familia reunida. «Ahora, sí —afirma—, ya sabemos que quedamos tres hermanos nada más, y que soy la mayor y me tienen que cuidar a mí».

¿De chicos eran muy unidos con sus hermanos?

Unidos sí, pero también nos peleábamos, como todos los chicos. Nos tirábamos almohadones, que no eran de dubet como ahora, eran almohadas de trapo que hacía mi mamá, así que nos pegábamos unos golpes. Pero éramos unidos, claro. Una vez leí que Paul McCartney decía que a pesar de ser millonario quería que sus hijos durmieran en la misma pieza. «No quiero que sean como los hermanos de Linda, que cada uno tenía su habitación y así es que nunca han estado unidos», decía Paul. Es la verdad, la pobreza une mucho más que la riqueza.

¿Y cómo fue su infancia? ¿Feliz?

Feliz y cantora, me pasaba cantando hasta en los velorios: Me mandaban a que vaya a traer ollas de lo de mi tía, porque me la pasaba cantando y no podían frenarme. Y, bueno, sí, fue feliz mi infancia, tenía a mi mamá y mi papá que eran muy unidos. También hubo mucha carencia realmente, no fue fácil, sobreviví a esa carencia, pero tenía a mi papá y mi mamá que nos ayudaban siempre.

¿Hasta que edad pasó necesidades económicas?

Hasta que empecé a trabajar. Yo canté en la radio y todo lo que ganaba lo traía para mi casa. Todos nosotros lo que ganábamos lo entregábamos a mi mamá. Teníamos una Virgen del Valle con una urna y ahí poníamos el dinero…, ¡y que no se nos vaya a ocurrir de sacar cinco centavos! ¡Jamás en la vida! Era mi mamá la que repartía la plata para que paguemos el ómnibus, por ejemplo. Y para comprarnos la ropa el método era así: a mí me tocaba un mes, a Chichi otro, a Cacho otro.

¿Y usted, como adolescente, quería comprarse mucha ropa?

No, mire, yo hice una cosa muy simple. Tenía polera negra, falda negra, saco amarillo o saco rojo, ¿comprende? y un collarcito o un pañuelito de lunares. Así cambiaba el look, con los detalles.

¿Y eso de dónde lo aprendió?

De nadie, lo aprendí porque no tenía más ropa. Sí sufría mucho cuando se me rompían las medias.

¿Y hubo algo que deseó mucho tener y no pudo?

No.

No estaba centrado en lo material…

No, yo leía mucho en ese tiempo. Cosas del Partido Comunista. Mi mamá no sabía, ella era peronista y mi papá también. Y bueno, yo leía esos libros. Ahora me doy cuenta que eran bastante aburridos. Era propaganda que alguien me dejaba en mi casa, nunca supe quién. Ahí empecé a leer El lobo estepario, Tío Vania, no comprendía nada, para mí era álgebra, porque no tenía con quién discutirlo. Después, cuando vine a Buenos Aires con mi hijo chico, tenía una amiga que trabajaba en la Casa de Mendoza, a la que yo le decía: «Buscame los libros que yo puedo tener para hacerme una persona culta». Y ella me elegía El hombrecillo de los gansos. Cosas de la Primera y Segunda Guerra mundial…

¿Siempre quiso leer, informarse, cultivarse?

Es curioso: siempre tuve tendencia a tener amigos más entre los pintores y escultores que entre los músicos.

¿Por qué?

Porque estábamos muy cerca de Armando Tejada Gómez y él era muy querido por los pintores y los escultores. No teníamos tantos amigos cantantes, porque noso tros estábamos formando el manifiesto del Nuevo Cancionero, lo estábamos difundiendo y los compositores se enojaron. Pero yo me empecé a dar cuenta que tenía cambiar las cosas, tenía que escapar de esa tendida que me habían hecho Tejada Gómez y Matus para que yo cantara nada más que las cosas del Nuevo Cancionero. Matus se enojó pero Tejada Gómez, que era más inteligente, le dijo «Dejala a la Negra que cante lo que quiera. Se va a sentir presa y va a ser peor». Y, bueno, de ahí vino la separación de Matus, porque yo cantaba muy bien, él cantaba muy mal… entonces, bueno, usted sabe lo que es la envidia entre las parejas.

¿Usted en algún momento dudó de su propio talento?

No, tampoco me puse a pensar que iba a ser famosa. A mí me gustaba cantar y el papá de Fabián tenía un gran conocimiento de la música y me mostraba las notas y me decía «¿Esta nota o esta nota? ¿Este acorde o aquel?». Entonces, estuve con una persona que no leía pero tenía una gran sensibili dad para la música. Y bueno, por eso canto como canto… (se queda pensando y agrega) Pero la voz era mía ¿eh?

Pero usted no escucha sus discos.

Sólo las primeras veces para ver cómo salió y nada más. A mí no me gusta cómo canto.

¿No?

Me gusta solamente el momento en que estoy cantando, pero no cómo canto. Menos mal que la gente no cree lo mismo.

Por David Encina

Periodista

Ver perfil en LinkedIn / twitter.com/DavidEncina

Trabajador. Asesoría en comunicación social, comercial y política para el desarrollo de campañas. Análisis de servicios al cliente y al público. Aportes para la gestión de redes sociales con planificación estratégica.

Contacto: mencin@palermo.edu / david.encina@facebook.com / encina_david@yahoo.com.ar/ m.david.encina@gmail.com

Más información ver en David Encina V. - PRENSA.
http://cualeslanoticia.com/prensa/

Una respuesta a «Cosquín y el regreso de la Negra Sosa»

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