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Crítica venezolana a la jerarquía de la Iglesia

Enviado por Hilton Pino
 
 
Los estudiosos de la teología no se sorprenden de la implacable actitud condenatoria de la Iglesia Católica sobre diversos estudios científicos que tratan de dar soluciones tentativas a problemas sociales y de salud que padecen los seres humanos en el adolorido planeta tierra. Conocer del extremismo de las doctrinas que le dan perfil filosófico a todo lo que brota del gran imperio de la Ciudad del Vaticano, no los toma desprevenidos.

Desde el mismo momento que apareció muerto el Papa Juan Pablo I (Albino Luciani), en la más extraña y escandalosa circunstancia el año 1978, la Iglesia Católica se sumió en la peor crisis de credibilidad porque dejó de existir el hombre de mayor acento revolucionario entre todos los que se presentaron al Cónclave Cardenalicio convocado para escoger al sucesor de Pablo VI.

Lucianí destilaba tanta humildad, sabiduría y desprendimiento que los grandes medios masivos lo bautizaron como el “El Candidato de Dios”, fuente de esperanza y de renovación del andamiaje que sostiene la fe cristiana, siempre perturbada por el papel que le ha tocado jugar a la iglesia frente al tema de la pobreza y la opulencia, o más claramente, entre los fuertes y los débiles.

El Papa Juan Pablo I apenas ejerció 33 días como jerarca de la Iglesia Católica, tiempo suficiente para darle una patada al rito de la coronación papal y se negó a usar esa prenda tan poco celestial como la Tiara, llena de esmeraldas, rubíes, zafiros, oro y diamantes incandescentes como una manera de dar los primeros pasos para adecuar el ideario y la acción de los cristianos a los nuevos tiempos, a los reclamos y aportes de nuevas corrientes internas como la Teología de la Liberación, a las exigencias del impacto de la explosión demográfica y los efectos que sobre ellas producen las enfermedades, la pobreza y la ignorancia. Juan pablo I era temido por las corrientes ortodoxas del Vaticano por adelantar opiniones favorables a la ciencia médica y a las ciencias sociales por lo cual se debía debatir con la mayor valentía la manera de contribuir al destino de la humanidad sobre temas vitales como el uso de píldoras y dispositivos intrauterinos, el uso de preservativos, el aborto, la eutanasia e incluso el Celibato. Igual pánico e irritabilidad produjeron sus pasos firmes para revisar el desacreditado sistema financiero del Vaticano ligado al crimen y el narcotráfico.

No fue la intensidad de esos 33 días de purpurado lo que produjo su muerte que sigue siendo una inmensa sombra debido a que su cadáver fue secuestrado y, en un abierto desafío a las leyes y a la ciencia de la patología se impidió la autopsia reveladora para que fuera más grande la sospecha del asesinato y por consiguiente más penosa esa incógnita que tanto daño le hace a lo que buscan las verdades históricas. Nunca una muerte de un Papa en este tiempo, había causado tanta desilusión entre los fieles de todo el mundo y las iglesias comenzaron a vaciarse porque la penumbra venció la luz de ese santo nacido en Belluno que brilló en la Catedral de Venetto.

Ni siquiera Juan Pablo II pudo detener la crisis y fue poco lo que hizo para suavizar el choque de la fe doctrinaria contra la ciencia aunque la supo minimizar por su figura política y carismática que ayudó a levantar el ánimo de millones de feligreses en su peregrinar por muchos pueblos del mundo. En efecto, la posición de la iglesia frente al aborto, el Sida, la Eutanasia, el Celibato, los anticonceptivos y el uso de los preservativos no ha cambiado para nada.

Mucho menos cambiará con el irreverente Papa Benedicto XVI, el más ortodoxo, quien en su primera gira papal por África acaba de condenar el uso del condón sin importarle que tengan la muerte segura todos aquellos hombres que le hagan caso a su estruendosa conseja.

Uno no sabe, pero por los vientos que soplan el Sumo Pontífice Alemán Benedicto XVI se quedará íngrimo y sólo con esa obsesión mortal porque al paso de sus enseñanzas la crisis existencial de la Iglesia Católica se acentúa, a tales extremos, que cada día son más los curas, obispos y cardenales que se colocan, o son proclives, al uso del condón no sólo contra el Sida o para evitar el embarazo sino para que no los expulsen del monasterio porque desde los primeros tiempos de ese invento tan nefasto del Celibato todos están condenados a cometer “Pecadillos de Sotana”.

Dios que me perdone pero no me convencen los antecedentes de Joseph Ratzinger y desde que se convirtió en el Papa sucesor del Peregrino Farol Wojtyla (Polaco) le tengo mucha desconfianza a los dogmas que defiende radicalmente y a la falta de sinceridad de su mirada que es el reflejo de su alma inconmovible.

Por David Encina

Periodista

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Trabajador. Asesoría en comunicación social, comercial y política para el desarrollo de campañas. Análisis de servicios al cliente y al público. Aportes para la gestión de redes sociales con planificación estratégica.

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