Y, en segundo término, si esto puede haber dado lugar a algún quebranto menor, no estaría nada mal en fijarse en el quebranto moral y psicológico causado a quienes, víctimas también ellos de la indiferencia oficial, debieron seguir concurriendo al Parque cada día a cumplir sus ocho horas, para estar cruzados de brazos, mirándose unos a otros, viendo pasar la vida, estresados y hasta sin ánimo de cumplir con la patrona. Si bajo estas condiciones se les concedió algún aumento en sus asignaciones o se incorporó a alguien más para hacerles compañía, quién sabe si así se logró compensar el dolor causado por la tremenda frustración de verse de golpe sin tarea, condenados a larguísimas mateadas y últimamente también, a esclarecer por qué José Pekerman no puso al pibe Messi en el partido contra los tudescos.
Pero lo más grave es que esto no ha ocurrido porque faltaran oportunidades en la Ciudad. Podría habérselos sumado a la legión de los 800 guardias urbanos y contribuir, también ellos, a la importante tarea de enseñar a la gente que para cruzar la calle debe aguardar la luz verde. O incorporarlos a los siempre flacos cuerpos de inspectores, con lo que no sólo hubieran tenido la oportunidad de rendir un buen servicio, sino también de experimentar un favorable cambio de fortuna. O tenerlos en cuenta para cuando la ciudad se divida en 15 comunas, cada una con hasta 20 millones de presupuesto y la consiguiente administración para servir cumplidamente al vecino.
“Mire, maestro –dijo el reo de la cortada de San Ignacio– yo, qué quiere que le diga, dudo de que los 400 empleados del Parque vayan todos los días a laburar. Porque si fuera cierto, los gritos de los truco y retruco, de las falta envido y de los contraflor al resto se oirían hasta en Plaza de Mayo”.