Con tales antecedentes, las imágenes fotográficas de los últimos días, que mostraron a los dos intercambiando amables saludos, dejan una primera conclusión: es mejor que hablen a que no hablen. La segunda conclusión es un rumor que serpentea por la jerarquía religiosa: el Presidente, dicen, no quiere a la Iglesia militando en su contra en las elecciones presidenciales del próximo año y, por eso, está poniendo buen trato donde había destrato.
Es cierto, por otro lado, que la misa que unió al líder político y al líder religioso se hizo en memoria de los sacerdotes palotinos, brutalmente asesinados en la última dictadura. Kirchner tiene una especial sensibilidad por el caso de esos sacerdotes; ya antes visitó en Roma la iglesia de los palotinos para recordar a los que murieron en la Argentina.
Las fotografías fueron también elocuentes: una amplia y simpática sonrisa iluminaba la cara de Kirchner, mientras Bergoglio esbozaba un rostro sólo protocolarmente afectuoso.
Sucede que Kirchner, hace casi un año, no fue al tedeum oficiado por el arzobispo de Buenos Aires en la Catedral por la fiesta nacional del 25 de Mayo; Bergoglio tuvo derecho, entonces, a sentirse despreciado.
El cardenal estuvo siempre enterado, además, de las frustradas gestiones de varios funcionarios para reunirlos y de la resistencia última de Kirchner al encuentro.
* * *
Dicen que el próximo 25 de mayo Kirchner irá a la Catedral como lo hicieron todos los presidentes desde que la Argentina es una nación, salvo Kirchner. Si este año aceptara el oficio religioso de Bergoglio, lo haría después de algunos sondeos oficiales para que el Presidente fuera al tedeum en la catedral de Posadas, en Misiones. Parece que terminó desistiendo, aunque nadie está seguro aún de que ya se han agotado sus impulsos innovadores.
¿Por qué esos roces innecesarios con Bergoglio?
No puede argumentarse una prédica antigubernamental del cardenal, aunque tampoco ha derrapado nunca en el encomio insustancial ni en la lisonja fácil de los políticos. Ha preferido, en cambio, cuidar su propia independencia y la de la institución que lidera.
Bergoglio tomó una firme posición, sí, a favor del Vaticano en el conflicto por el obispo castrense, Baseotto, cuando Kirchner intentó relevarlo de su destino religioso. Baseotto se equivocó con una metáfora cuando impugnó al ministro de Salud, Ginés González García, pero un principio inconmovible de la Iglesia parecía que comenzaba a ser discutido por Kirchner. Dice esa norma de la Iglesia que es el Papa -y nadie más- quien nombra a los obispos y les confiere una sede para ejercer su misión.
Diplomáticos vaticanos y argentinos negociaron largamente dos proyectos de acuerdo sobre ese conflicto en tiempos del ex canciller Rafael Bielsa.
Ambos borradores, ya concluidos en la mesa de la negociación, fueron rechazados por Kirchner cuando llegaron a Buenos Aires.
El peor momento de la crisis sucedió durante la agonía del papa Juan Pablo II.
En el Vaticano se subrayó siempre la frialdad del gobierno argentino, que no tuvo en cuenta los momentos de conmoción que se vivían en Roma.
Luego, la Iglesia supo que el gobierno argentino preparaba la disolución del vicariato castrense.
El proyecto habría abortado definitivamente en los últimos días. El actual papa nunca relevará a Baseotto, porque no quebrará esa norma sobre las atribuciones del Pontífice, pero el Vaticano y el gobierno argentino habrían elegido dejar las cosas como están hasta la jubilación de Baseotto, que cumplirá 75 años dentro de un año. La decisión ha sido bien recibida por la Iglesia.
* * *
Parece extraño que el Presidente nunca se haya detenido a reflexionar sobre sus actos frente a la Iglesia. Bergoglio lidera la amplia mayoría centrista y moderada de la Iglesia.
Sin embargo, Kirchner no hizo más que fortalecer con sus gestos a los sectores conservadores y minoritarios, de aquí y del Vaticano, opuestos a Bergoglio. Son, al mismo tiempo, los que proclaman la necesidad de una relación más crítica y frontal con el gobierno de Kirchner.
Es probable que Kirchner aspire a una Iglesia más afín a él y no tan distante de su política y de su liderazgo. Debería detenerse en otros ejemplos para advertir que la Iglesia argentina no es beligerante ni está enfrentada con el Gobierno.
Sólo debería mirar la dureza con que la Iglesia española trata al gobierno de José Luís Rodríguez Zapatero. No obstante, Rodríguez Zapatero envió al Vaticano una delegación de su gobierno del más alto nivel para asistir a la ceremonia de asunción del cardenal primado de Toledo, recientemente nombrado por Benedicto XVI.
El arzobispo de Toledo es un prelado del ala conservadora de la Iglesia española, fuertemente enfrentada con Rodríguez Zapatero. Ni el gobierno español retrocederá en sus decisiones ni la Iglesia cambiará sus posiciones, pero el clima del diálogo ha cambiado.
Quizás es el camino que está ensayando, a tientas, el presidente argentino. Eso ya es mejor que el gélido clima preexistente. De paso, busca alguna garantía de que los obispos argentinos, que conservan cierta influencia en la opinión social, se mantengan en la abstención cuando empiece la marcha forzada hacia su inevitable intento de reelección.
Por Joaquín Morales Solá
Para LA NACION
