CIUDAD DE GAZA.– En ruta de Jerusalén hacia el Sur, algo entre las nubes advierte que Gaza, el nuevo reino islamista que Hamas construye en esta tierra, está cerca.
Indiferente a ese Gran Hermano vigilante, el nuevo régimen, que bajo las órdenes de Ismail Haniyeh se ha hecho con el poder total a tiros y sangre en este superpoblado territorio palestino, gasta sus primeras horas en demostrar –no a ese ojo, sino al del mundo– que, a fuerza de disciplina, puede ser eficaz a la hora de controlar el desastre. Y que la violencia interna y el desfile cotidiano de armas y rostros enmascarados en las polvorientas calles de esta ciudad empobrecida van camino de terminarse. Al menos, por el momento. Un momento que nadie, aquí, sabe cuánto durará, pero que se disfruta como si fuera eterno. Por convicción o por miedo a los nuevos jefes, lo cierto es que la situación parece controlada.
«La gran diferencia ahora es que el poder ya no es de dos facciones, sino sólo de una», explica un viejo comerciante en la céntrica calle Omar Muktar. Está feliz porque pudo abrir su negocio de ropa después de días de cierre forzoso.
La mala noticia es que nadie compra. Y, lo que es peor, que el fantasma del hambre y de la escasez está a la vuelta de una esquina -dicen- de pocos días. Eso, si las cosas no cambian y si, desde Israel, se mantiene el bloqueo al paso de camiones con provisiones. Pero el futuro aquí se mide por escalones pequeños. Y lo primero que se impuso Haniyeh fue restablecer el orden.
«¡Mire, mire!», dice el dueño de un destartalado taxi, que conduce desde hace 15 años. Señala no a uno, sino a cuatro jóvenes que controlan el tránsito en una esquina. Son jóvenes de Hamas. Llevan chaleco fluorescente y la gorrita verde del movimiento. Son amables y eficaces. «Esto, por lo general, era un caos», dice el taxista, y compara aquella imagen del pasado con la hilera de autos viejos y de carros tirados por burros que avanzan en prolija y compartida fila.
Además de los voluntarios que controlan el tránsito, otros cientos jóvenes de Hamas se ofrecieron para mantener el orden en los colegios mientras los alumnos rendían sus exámenes finales.
No hay diarios. Aislados del mundo, los palestinos de Gaza se volcaron ayer a los escasos cafés con Internet para tener noticias.
Algunos se indignan y expresan su enojo con Mahmoud Abbas, el presidente de la dividida Autoridad Palestina, que reina sólo en la otra autonomía, la de Cisjordania, hoy más cercana a Occidente. Y que ha tildado de «golpistas asesinos» a los palestinos extremistas que gobiernan aquí. Y con los que Occidente, que los cataloga como terroristas, no quiere saber nada.
«Esta lucha entre hermanos es vergonzosa. Esto, justamente, es lo que quiere Israel, para dividirnos y vencernos. Y el tonto de Abbas es el primero en hacerles el juego a nuestros enemigos», dice una joven estudiante, la cabeza cubierta con un velo negro. «Abbas, aquí, no representa a nadie», asegura.
La mención del velo no es casual: aquí no se ven tantos. Sí, en cambio, las túnicas negras y los negocios que las venden. No parece haber un incremento de los símbolos religiosos. Pero aunque Hamas no exigió a las mujeres vestirse más modestamente, o que usaran velo, cuentan que algunas empezaron a hacerlo para evitar problemas.
En un café, otro protesta por la escasez de comida. » Supermercato e finito, ¿you understand? «, afirma uno que asegura hablar inglés. En un almacén cercano está la prueba de lo que intenta decir: la bolsa de harina multiplicó su precio por cuatro. Y empiezan a faltar alimentos.
Pero, pese a la escasez, hombres armados de Hamas amenazaron a los comerciantes que no congelen sus precios y divulgaron un número de teléfono al que la gente puede llamar para denunciar aumentos. En cambio, Hamas, que rechaza a los fumadores, permitió que el precio de los cigarrillos subiera hasta un 30 por ciento.
Artículos de lujo
«Israel no deja entrar los camiones. Quieren matarnos de hambre», dice la vendedora del almacén. Algunos productos, sobre todo de higiene elemental, son ya poco menos que artículos de lujo. Y un rollo de papel higiénico o una pastilla de jabón, algo de otro mundo.
Pero la tierra es generosa. Y lo que abunda es la fruta. Hay sandías y melones como para abastecer a un regimiento. Aunque difícilmente esa dieta resista mucho tiempo. «Hamas encontrará la manera de arreglar esto, ya verá», dice el joven puestero, que no oculta su favoritismo.
«Los de Al-Fatah [la facción moderada del gobierno, derrocada a balazos] son unos ladrones. No los queremos ver más por aquí. Vaya a ver sus casas y comprobará lo que le digo. Se robaron nuestro dinero y el dinero de las ayudas», dice. Se llama Samir y se ríe cuando se le pregunta si no teme que, con la nueva autoridad, llegue el fanatismo religioso. «Aquí hay de todo. Lo único que cambiará es que ahora habrá menos ladrones. Eso, hasta que otra vez los de afuera nos vengan a hacer la vida imposible», insiste.
En estos pocos días transcurridos desde su rápida victoria militar sobre las huestes más numerosas de Al-Fatah, el régimen de Hamas parece haber afianzado su imagen interna de organización. Lejos de la ostentación, hay sigilo. En las esquinas, es más difícil ver a sus milicianos que a la bandera verde que los representa.
Pero, aunque no se hagan evidentes, ellos están allí, atentos. Prolijamente vestidos bajo el sol aplastante, amables y con cierto halo de triunfo. Con cierto aire de eficiencia y orgullo que parece calcado del modelo de Hezbollah, en el Líbano.
El otro tema es el de las armas. Esta es la tierra del Kalashnikov. Y, sobre una población de un millón y medio de habitantes, se calcula que hay cerca de 400.000 armas. O, lo que es lo mismo, casi una cada cuatro habitantes.
Hamas prohibió a la gente llevar armas en público, y asegura que ha recobrado unas cuantas. Hay un grupo llamado Voluntarios de Dios que se ocupa de conseguirlas. Pero esa batalla es más difícil. Entre los recursos a los que se apela para evitar entregarlas, algunos las entierran en sitios seguros, a la espera de ver qué pasa.
Porque esta paz tiene sabor a precaria. El temor evidente aquí es que la reacción israelí se convierta en ofensiva militar.
Mientras tanto, sobre las huellas del desastre reciente, los palestinos de Gaza intentan disfrutar de la precaria quietud. Empobrecidos, sin futuro, sin trabajo. Encerrados. Pero ayer el sol brillaba y más de uno tentó el Mediterráneo con algún extraño artilugio de fabricación casera, parecido a una tabla de surf.
Porque, por mucho que Hamas diga que es para siempre, aquí nadie sabe cuánto dura la paz.