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POLÍTICA

De la izquierda posible a la derecha real.

Por Roberto Gargarella (*)

Impostura. Al contrario de lo que proclama, el kirchnerismo se ha convertido en el medio que le permitió a la derecha consolidar logros impensables; eso sí, en nombre del progresismo.

Algunos de los votos recibidos por el oficialismo en estas últimas elecciones se basaron en la idea de que el kirchnerismo representaba la «izquierda posible» en la Argentina. Perplejo ante la falsedad del aserto, quisiera dedicar unas líneas a explorar esa idea, aun a sabiendas de que, para muchas personas, el debate «izquierda-derecha» ya no tiene sentido. Como ése no es mi caso, y como a la vez pienso que la prédica en cuestión (referida al izquierdismo del kirchnerismo) sigue siendo productiva dentro de ciertos círculos, comienzo por definir brevemente lo que entiendo por izquierda y derecha.

Para no complicar demasiado las cosas, voy a considerar que una medida es «de izquierda» cuando contribuye a la democracia económica (aumentar la participación de los obreros en las ganancias de las empresas); cuando sirve a la democracia política (más participación y control del pueblo en los asuntos públicos); o cuando ayuda al fortalecimiento de derechos humanos básicos (terminar con la tortura en las cárceles). Diré entonces que una medida es «de derecha» cuando ella se orienta hacia fines contrarios a los citados (favorece a una minoría económicamente poderosa; ayuda a concentrar el poder político; violenta derechos humanos básicos).

Para dejar en claro desde el inicio mi postura, diré cuál es mi idea principal al respecto: creo que, lejos de ser la izquierda posible -lo máximo de izquierda que nuestra sociedad está preparada para tolerar- el kirchnerismo se ha convertido en la derecha verdadera, la política más de derecha que nuestra sociedad puede soportar, luego de todo lo ocurrido en el país desde mediados de los años 70. Según entiendo, en la actualidad, nuestra sociedad se muestra capaz de aceptar o demandar políticas de avanzada en una diversidad de áreas (desde la política energética hasta la política de medios; desde las políticas de salud reproductiva hasta las de salvaguarda de las poblaciones originarias) que el Gobierno se ocupa de retacear o rechazar en cada caso, aunque lo haga hablando en nombre de los mejores ideales.

Lo que sostengo se apoya en parte en hechos (enseguida enumeraré unos cuantos), y en parte en algunos contrafácticos. Estos últimos sugieren que las medidas «de derecha» que el kirchnerismo logró imponer no hubieran podido ser impuestas o -lo que es más importante- no hubieran podido estabilizarse, con otro gobierno (supuestamente, más de derecha) en el poder. Los contrafácticos son en principio indemostrables, pero el tipo de contrafácticos a los que me refiero también encuentran algunos buenos hechos en los que apoyarse. Todos recordamos, por caso, que el ministro de Economía de la Alianza duró sólo cuatro días más en el poder, luego de anunciar un feroz plan de ajuste en 2001. Sabemos también que al actual jefe de gobierno de la ciudad designó a un espía dentro del aparato de su gobierno, pero que ello le costó inmediatas renuncias y el ser procesado judicialmente. Esto es decir, las experiencias más conservadoras que conocimos en los últimos años no han podido o no pueden asentar sus iniciativas más regresivas. En donde experiencias de gobierno como las citadas fracasan, el kirchnerismo triunfa. Así, el kirchnerismo se ha convertido en el real instrumento de la derecha política, el único actor que es capaz de convertir en realidad las medidas que las demás alternativas, más conservadoras, no se animaban a tomar, o no son capaces, hoy, de consolidar.

Los casos que podría enumerar para ilustrar lo dicho son muy numerosos -de hecho, casi todas las políticas afirmadas por el Gobierno en los últimos años podrían servirnos de ejemplo- por lo cual voy a referirme sólo a algunos pocos casos, especialmente representativos de lo afirmado. En primer lugar, mencionaría que, a la luz de la historia reciente padecida, la posibilidad de dictar una ley antiterrorista aparecía fuera de la agenda de cualquier partido político. El kirchnerismo, sin embargo, aprobó esa ley con lo que le regala a la derecha que lo suceda una herramienta represiva fabulosa, que aquélla no hubiera conseguido aprobar por su propia cuenta.

Después de lo hecho por la dictadura y las leyes creadas por la democracia contra los atropellos de aquélla, difícilmente un gobierno de derecha hubiera osado emplear la estructura del Ministerio de Seguridad para montar una red de espionaje interno, destinada a recabar información sobre los militantes sociales y de izquierda. El Gobierno, en cambio, creó Proyecto X para tales fines, algo que sólo pudo lograr poniendo al frente de esa empresa a cantidad de funcionarios que se jactaban de contar con un historial «garantista».

Considerando los altísimos anticuerpos desarrollados por la sociedad frente a las violaciones de derechos humanos de los años 70, difícilmente un gobierno hubiera insinuado siquiera la posibilidad de nombrar como jefe del Ejército a un militar altamente comprometido en la comisión de actos atroces. El kirchnerismo lo hizo, avalado por las máximas autoridades de su facción en materia de derechos humanos.

A la luz de las muertes habidas, difícilmente alguien se hubiera animado a firmar un pacto con los sectores más duros de Irán, sobre el modo de enjuiciar las supuestas responsabilidades de ese país en la comisión de atentados antisemitas en la Argentina. Un gobierno distinto -aún uno muy de derecha- se hubiera abstenido de llegar tan lejos, por lo cual fue el kirchnerismo el que asumió esa tarea.

Los ejemplos pueden seguir enumerándose sin pausa: sólo un gobierno vestido con ropaje «progresista» podía afrontar la masacre de Once protegiendo a los empresarios responsables de la tragedia y denunciando, en cambio, a los maquinistas y obreros que la sufrieron; llevar adelante su política de medios de la mano de los empresarios Raúl Moneta y José Luis Manzano -las figuras más emblemáticas de la corrupción menemista-; negociar un acuerdo secreto con Chevron, en nombre de la soberanía energética; avanzar en la explotación irracional de recursos naturales incluyendo la utilización del fracking o la extracción de shale gas ; apoyarse en sindicalistas que fueron soplones de la dictadura; transformar a la Argentina en un país de monocultivo sojero; pactar con gobernadores que pasarán a la historia por las vidas que diezmaron en comunidades originarias; impulsar una reforma de la Justicia orientada a socavar las medidas cautelares y a trabar los juicios jubilatorios de los más ancianos; aprobar una reforma duramente antiobrera en las ART; y siguen las firmas.

Para evitar cualquier confusión, hago tres aclaraciones finales. Primero, lo dicho es compatible con reconocer que para ciertos sectores de la derecha nada es suficiente, y el kirchnerismo no es predecible. Segundo, el problema que veo no se encuentra en la izquierda, ni en sus dirigentes, ni en sus programas, ni en aquellos que simpatizan con ella. Mi problema es justamente el opuesto: que se la desprestigie gobernando como lo pide la derecha, pero en nombre de los ideales contrarios.

Finalmente, mi objeto no es la denuncia de la «impostura» kirchnerista, sino el rechazo de su postura: me interesa señalar que el kirchnerismo se ha convertido en el medio que le ha permitido a la derecha consolidar logros impensables, el instrumento que le permitió obtener lo que ella jamás hubiera soñado alcanzar por sus propios medios.

(*) Abogado, jurista y sociólogo. Integrante del colectivo “Plataforma 2012”.

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Este artículo de opinión fue publicado en el diario “La Nación”, de Buenos Aires, en su edición impresa correspondiente al día lunes 19 de Agosto de 2013.-