Por David Encina.
«Por el pajonal, María va… huele a duende…» Y yo me imagino y/o veo una siesta guaraní. Donde ronda el silencio, el sigilo, la brisa tibia del sol radiante.
Soy parte y soy el todo de esa siesta guaraní de María. Esa siesta es cambá pero María es Blanca.
El olor a duende lo llena todo. La llena toda. Me llena. Y el morbo empieza a fluir. El olor a kati envuelve, abraza, penetra.
Catinga por el sudor guaraní, por el esfuerzo del trabajo blanco impuesto, conquistador, imperial. Catinga que es payé. Que embruja, que enloquece, que excita y enamora.
El cabalgar de ese duende transgresor se siente en la piel. El llamado es un silbido. Que trae añoranza y no solo se lo escucha por las siestas. Quizá por las noches se lo añora, se lo desea hasta casi escucharlo…
Si, yo estoy, estuve y estaré en esa siesta guaraní.